Fue justo después del día de Reyes del 2015. Aquel 7 de enero, tras mucho hablarlo entre ellos y también con los hijos mayores de Juan-ya independizados-, él y su mujer, Conchi, hicieron la solicitud de adopción. Y apenas cinco meses después, el teléfono sonó para darles la mejor de las noticias. Les habían asignado niños. Tres. Dos chiquillos y una niña. «Esa llamada fue muy emocionante, pero fue mucho más bonito empezar a verlos», señala Conchi.
En julio comenzaron las visitas. Primero cada quince días, después los fines de semana... Al final, un fin de semana en la casa familiar en Viana do Bolo y, ya en septiembre, el viaje definitivo. El que les convertía en una familia numerosa. De la calma que una pareja tenía en el campo, al bullicio que dan los niños. Y más cuando tienen seis, ocho y nueve años (en aquel momento, desde entonces dos ya han cumplido). Adiós al remanso de paz. Hola a la alegría, a las risas, a las piñatas de cumpleaños, a los besos despistados... al primer «mamá» y al primer «papá» que se escuchaba en la vivienda.
¿Cómo es ese cambio de vida, de salir de casa siendo dos y volver a dormir siendo cinco? «Fue un crecimiento personal, tanto para los niños como para nosotros», señala Conchi convencida. Incidiendo en la logística, ella lo tiene claro, es cuestión de organización. «Una vez que lo piensas y organizas la casa, los horarios, el colegio donde van a ir, las actividades que van a hacer, cómo va a ser la vida en casa, las normas... Una vez que organizas eso y lo estructuras, cuando llegan los niños todo está pensado y no te causa sorpresa», explica.
Hace falta organización, mucha, como en cualquier casa donde haya tres niños. El miércoles, recién llegados a casa del colegio, toca llevar la ropa sucia de la tarde en la piscina a la cesta, recoger los libros y ponerse a hacer los deberes. En eso ayuda Juan, que al mismo tiempo se encarga de hacer la cena. Hay que cumplir las rutinas para que funcione. Si queda algo de tiempo, momento para una partida de ajedrez; y después salida al jardín para recoger a los corderos antes de volver a casa. Es hora cenar y, en breve, para cama. Que al día siguiente se madruga. Menos marcados están los horarios los fines de semana, cuando disfrutan de rutas de senderismo, las clases de música o de salidas en bici. «Hacemos con ellos todas las actividades que podemos», señala la madre.
Más allá de establecer rutinas y llevar una vida ordenada, en un proceso de adopción es preciso crear el vínculo afectivo. «Es algo especial y muy gratificante», dice ella. Y va más allá: «es lo más precioso que te puede suceder en la vida, crear ese vínculo con un hijo adoptivo».
Conchi es pedagoga, y se le nota cuando se explica, porque se ha formado mucho para intentar afrontar la situación con todas las claves. Además, recurre a los consejos del equipo de adopción cada vez que cree necesitarlo, y también habla con otras familias. Para seguir sumando, a su lado tiene a Juan, que ya había criado dos hijos. Son, por tanto, una pareja con ventajas sobre padres primerizos. «Somos un equipo», destaca Conchi. Pero sobre todo lo que se les notan son las ganas. De aprender y de ser padres juntos. Conchi cuenta que llevaba años queriendo ser madre. Pero no fue el momento antes. Tenía padres muy mayores y tíos a los que cuidar, y estaba sola. «Siempre pensé que un niño tiene que tener un padre y una madre. Yo respecto mucho las adopciones monoparentales, y lo apoyo, pero mi pensamiento es ese. Digamos que tuve que esperar el momento adecuado», dice. Hace diez años llegó Juan a su vida. Desde septiembre son padres.
Pero no todo es maravilloso. No eran niños recién nacidos, a los que cubrir carencias desde que nacen. «Son niños que suelen venir heridos, heridos por el tipo de vida que les tocó vivir... Y tú tienes que curar esas heridas, y paliar los efectos de las mismas», señala. Y está pasando en su caso. La niña, que es la mayor, todavía tiene recuerdos de una vida que poco se asemeja a la infancia como ese espacio ideal. Le está costando más abrirse, cuentan los padres. Los niños, especialmente el pequeño, vive por primera vez la experiencia de tener una familia (llevaba en un centro de acogida desde que tenía apenas un año, así que no recuerda otra vida). Ellos se han abierto más fácil.
¿Hubo un día en el que ven que ese vínculo ya es familiar? «Lo van sintiendo ellos poco a poco, y son ellos los que te lo manifiestan. Yo recuerdo un día que el pequeño dijo: ¡Esto sí que es una familia! (dice ella sin poder evitar emocionarse). Y otras veces me pregunta por qué no salió de mi barriga, si no puede meterse dentro para salir otra vez ?porque tú eres mi mamá?», cuenta. Reconoce Conchi que mucho ha llorado en estos meses, pero siempre de felicidad. De ese beso furtivo que le llega cuando está despistada, o ese «mamá» que le susurran al oído. No solo han creado el vínculo de padres a hijos, sino que se ha reforzado el de hermanos. «Tenían ya un vínculo fuerte, pero con nosotros se ha arraigado más, ahora notan la pertenencia a una familia», señala. El mediano lleva tiempo preguntando cuándo tendrá los apellidos.
No siempre les llaman mamá y papá. Muchas veces utilizan los nombres de pila para referirse a ellos. No hay nada impuesto. «Lo importante no es que te llamen mamá o Conchi, lo importante es que te vean como su madre», resalta. Y viendo cómo se abrazan, queda claro que sí.
(Fuente: www.lavozdegalicia.es)
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