sábado, 3 de diciembre de 2016

Historias de adopción con (y sin) final feliz.

Están las historias conmovedoras, con niños que enamoran desde el primer día, pero también el testimonio de aquellos padres que desde que adoptaron no vivieron ni un momento de felicidad. La diversidad de las historias reunidas por Olvido Macías en su libro Vidas Unidas (Lid Editorial) permite hacerse idea de lo diferentes que son las peripecias vitales de los niños que necesitan encontrar una familia distinta a la de origen, y de las familias que los reciben.
Madre biológica y adoptiva, la periodista de Onda Cero echaba de menos testimonios en primera persona sobre la evolución de los niños adoptados en nuestro país. «Quería escribir un libro donde se viese cómo son sus vidas desde que llegan a su nuevo hogar hasta la adolescencia, con sus luces y sus sombras», explica. El resultado es esta dura y a la vez maravillosa obra, donde se recogen 22 testimonios sin paños calientes, y donde se demuestra que no todo lo que ocurre en la adopción es «lo que se pide en el menú».
Unas veces con alegrías y otras con penas y sin final feliz, se van sucediendo las historias de niños procedentes de adopción nacional, internacional, distintas edades, con padres famosos (Ángel Expósito, Pilar Cernuda, o Anne Igartiburu, entre otros) o de familias anónimas... pero todas llevan al mismo lugar: a tomar conciencia de lo que supone para estos pequeños el abandono, y al amor inmediato que sus nuevos padres les dan.
Para la autora de Vidas Unidas, la adopción es difícil de explicar: «Quieres ser padre o madre de nuevo, o por primera vez. No es generosidad, o caridad, como me han dicho alguna vez: es llenar un hueco que nosotros como padres teníamos, lejos de una pertenencia de consanguinidad y cerca del deseo de pertenecer a un clan plagado de afectos».
Las familias del libro coinciden en señalar que cuando ven la carita del niño, se les olvidan todas las vicisitudes sufridas. «Es automático y equiparable al amor instantáneo que sienten unos padres cuando ven a su hijo después de dar a luz». Pero es verdad que la adopción, insiste Macías, «casi nunca es un camino de rosas, aunque afortunadamente, al ser un embarazo por igual de la pareja –si se cuenta con ella–, las dificultades se entienden y se sobrellevan mejor».
El libro surge también de la necesidad de esta profesional de explicar qué ocurre en la posadopción, «ese largo camino tan desconocido, tan lleno de amor y preocupaciones», según sus propias palabras. «En el tema de la adopción, pasa como en el posparto. Hay mucha información sobre el embarazo pero cuando uno llega a casa con su niño, no hay nadie para resolver las dudas. Nosotros tenemos embarazos administrativos muy lagos, y nos resulta fundamental que el diálogo con la administración sea constante, que no se acabe o se reduzca a mínimos cuando finaliza la adopción».
Uno de los ejemplos felices de este libro es el de Cristina y Luis. Después de varios años de espera, en 2005 consiguieron convertirse en padres de tres hermanas biológicas: Francine, Yamine, Sina. Más tarde llegó Uly. Hoy las cuatro son adolescentes pero pese a la edad, normalmente difícil de por sí, las niñas llevan bien su identidad (viajaron a su país de origen a conocer a su familia), son buenas estudiantes, y no están surgiendo grandes problemas.
«Estamos muy unidos y creemos que eso ayuda en su crecimiento personal», asegura Cristina. A raíz de su historia y de conocer la realidad de Madagascar, el país de procedencia de las menores, decidieron crear Malaria.40(www.malaria40.org), una organización sin ánimo de lucro que promueve la salud, la educación el desarrollo social en aquel país y que está ultimando un concierto para recaudar fondos.

El testimonio de Blanca Rudilla es el primero en aparecer por orden cronológico. Su relación con la adopción comenzó, como la de tantas otras familias españolas, tras ver «Las habitaciones del horror», un reportaje que se emitió en Documentos TV en 1995. A partir de ahí, se puede decir que esta mujer es «la madre de todas las adopciones internacionales en España», además de la fundadora de la Asociación Para el Cuidado de la Infancia (ACI). Fue la pionera y ha encontrado familia para 7.000 niños de diferentes países, sobre todo procedentes de China. Ella misma tiene tres hijos biológicos, Rodrigo (19 años) Lucía (17) y Di ana (15 años, a los que después se sumaron Xiao, ahora con 12, y Blanca Jiao, cariñosamente llamada Yo Yó, de 5. 

Pero no todas las historias son como estas. Está también la del desencuentro, la de las buenas intenciones, de buen corazón, pero fallida. Es el caso de Eduardo, su exposa Susana, y sus tres hijas adoptivas, a las que prohijaron con la intención de «ofrecerles una vida mejor». Escucharle es sentir su sensación de «fracaso»: su mujer le abandonó y ha tenido numerosos problemas con las chicas. Siente que ha pagado un precio muy alto por abrir su corazón, pero tiene la conciencia tranquila. Al cierre de este libro, se está produciendo un acercamiento entre Eduardo y sus dos hijas mayores.

El relato de este hombre, el de Olvido, el de Blanca, el de Pilar... A su manera, cada uno de los 22 testimonios de «Vidas Unidas» nos impulsan, en definitiva, a una profunda reflexión sobre el largo camino la adopción y a todo lo que esta medida de protección de la infancia supone.

Disminuyen las adopciones tanto nacionales como internacionales

Antes, explica Blanca Rudilla, «había listas enormes de niños que esperaban a padres. Ahora son los padres los que esperan a los niños. Hay orfanatos en los que ya no quedan bebés y donde se apilan las cunas unas encima de otras, algo impensable hace unos años», asegura Blanca Rudilla. Porque aunque pueda parecer lo contrario, no hay tantos niños adoptables como adultos occidentales deseando adoptar. «Por eso las listas de espera son largas, salvo que los adoptantes se hayan ofrecido para niños mayores o con especiales necesidades», indica Antonio Ferrandis, jefe de Adopciones de la Comunidad de Madrid. «Hay que insistir –recuerda este experto–, en que la adopción es una medida de protección a la infancia y no una modalidad de reproducción asistida. Para los niños que carecen de una familia adecuada, se trata de la medida más drástica de protección, que extingue su vinculación con la familia de origen y, en el caso de las adopciones internacionales, los separa del entorno en que han nacido y crecido». 

Lo cierto es que, según mejora la protección a la infancia, las adopciones internacionales se van reduciendo en número y aumentando en complejidad, puesto que los niños más pequeños, con menor historia de adversidad y ruptura, sin especiales necesidades de atención sanitaria y educativa, encuentran familia adoptiva en su propio país. «No debe caerse en la trampa de buscar a toda costa nuevos países donde dirigir las peticiones de adoptar, aunque carezcan de garantías éticas y legales», advierte Ferrandis. 

En España, explica este experto, «afortunadamente superadas las causas de los abandonos de antaño por pobreza o estigma social, disminuyen las adopciones convencionales, pero hay que encontrar familias para niños con especiales necesidades que difícilmente responden a la expectativa tradicional del “bebé sano lo más pequeño posible”. Son niños que necesitan un hogar temporal hasta regresar a su entorno, o mantener la relación con su familia de origen, o cuyos problemas de salud o discapacidad requieren atención, o que manifiestan dificultades emocionales o de conducta. «El verdadero desafío al que se enfrenta el sistema de protección es encontrar e identificar a las familias dispuestas a acogerlos o adoptar a estos menores», concluye.

(Fuente: www.abc.es)


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