La adopción de niños e infantes es una medida de protección bajo la suprema vigilancia del Estado, a través de la cual se establece una relación filial entre personas que no la tienen por naturaleza, porque no hay relación genética directa con ellos. Con respecto a esto, el artículo 61 de la Ley 1098 de 2006, el Código de la Infancia y Adolescencia, expresa su propósito fundamental así: “Tiene por finalidad garantizar a los niños, a las niñas y a los adolescentes, su pleno y armonioso desarrollo para que crezcan en el seno de la familia y de la comunidad, en un ambiente de felicidad, amor y comprensión. Prevalecerá el reconocimiento a la igualdad y la dignidad humana”.
Entonces, la adopción pretende garantizar todos los derechos y deberes que esto implica, con la responsabilidad de ofrecer un ambiente de bienestar, de afecto, respeto y solidaridad a los infantes que, no cuentan con la protección de sus padres biológicos. No es una transacción comercial, es un acto legal en el que necesariamente debe intervenir Bienestar Familiar, sin constreñimiento alguno, pero con la agilidad y vigilancia que esto debe implicar.
Sin embargo, me asombra saber que unos 80 mil niños estén en el Sistema de Protección del Icbf, a la espera de padres adoptantes y solamente mil 148 niños lo lograron en 2014.
Y es que existe una gran preocupación , como lo expresa Gonzalo Gutiérrez Lleras, Director ejecutivo del Centro para el Reintegro y Atención del Niño, porque “se evidencia que cada vez tenemos más desprecio por los derechos de los niños: Los violentamos, los abusamos, los matamos y lo estamos haciendo con un grado alto de insensibilización al respecto”…
Es dolorosa la situación de nuestros niños colombianos abandonados, porque a pesar de que sean llevados a Bienestar Familiar y cuenten con las denominadas “madres sustitutas”, sus condiciones no son óptimas, se evidencia atraso social, emocional, psicoafectivo, comportamental, oral, nutricional, entre otros.
Los niños merecen una oportunidad de restablecimiento de derechos en un hogar que verdaderamente subsane un pasado que generalmente no ha sido el mejor, y por lo tanto la paciencia, el afecto, la disciplina con amor, deberán ser los invitados diarios durante las 24 horas, de tal manera que se aporte a la formación de un ser humano que trae un pensamiento libre y espontáneo que sería ideal, fortalecer. La lectura del libro ‘Educar sin castigar: ¿Qué hacer cuando mi hijo se porta mal?’, de Pilar Guembe y Carlos Goñi plantea que “sí es posible educar sin castigar, a golpes y sanción no hay logros, el castigo no ha de ser la norma sino la excepción, no ha de ser lo ordinario sino lo extraordinario. Una dinámica de premios y castigos conlleva a un retroceso. Lo inteligente es adoptar el diálogo, estrategias para ejercer la autoridad”, más aún cuando los niños superan los cinco años, dado su desarrollo cognitivo, como lo plantea Piaget.
Habrá que esperar para conocer qué pasa en el corazón y las mentes de estos niños cuando crezcan. Lo deseable es que de ellos se logre unos mejores seres humanos, y ante todo, se desarrolle la capacidad de ser felices.
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