Luis Miguel García y Paula Arranz, cuando fueron a recoger a su hija a Vladivostok (Rusia) /EL PAÍS
Cada Navidad y por su cumpleaños, Victoria recibe un regalo en el orfanato. El último envío incluía una muñeca, fotos y postales. Desde que fueron a conocerla en diciembre de 2012, Diego Mestre y Mariela Beltrán le mandan fotos para que la niña recuerde sus caras, para que se familiarice con ellos a pesar de todo. La esperan en Torroella de Fluvià (Girona), aunque la pequeña Victoria sigue en la casa cuna de la ciudad siberiana de Chitá, situada en la frontera rusa con China y Mongolia.
“Cuando viajas la primera vez hasta allí y conoces a la niña, parece que la cosa va en serio”, reflexiona Diego Mestre, profesor de 40 años. Desde esa visita inicial han pasado ya más de dos años. No es el tiempo suficiente para que hayan perdido la esperanza, pero sí para que empiecen a plantearse que si Victoria vive algún día con ellos será como si les hubiera tocado la lotería.
Porque decenas de documentos, traducciones, sellos, trámites y un par de viajes más tarde, la menor sigue en el orfanato y ellos en el pueblo gironés a casi 10.000 kilómetros de distancia. “Volvimos a visitarla en junio y nos reconocía. Lloró mucho cuando nos fuimos”, cuenta él.
Mestre y su pareja son una de las familias españolas que más dificultades han sorteado en el tortuoso proceso de intentar una adopción internacional en Rusia. Hay unos 50 casos españoles similares paralizados en Chitá, según sus estimaciones, de los cerca de 600 pendientes.
Rusia es el principal país de procedencia de los niños adoptados en España, con más de 12.300 menores desde 1997. Pero la ciudad siberiana, según varias familias que llevan años peleando, es uno de los lugares donde más traban les ponen. Porque por un lado está la instrucción del Tribunal Supremo ruso, que en agosto de 2013 paralizó los juicios de adopción, como el que les quedó pendiente a Mariela Beltrán y Diego Mestre, hasta el convenio bilateral que primero se firmó en Madrid y ayer ratificó Rusia. El acuerdo perseguía, básicamente, impedir las adopciones por parte de familias homosexuales o monoparentales en un país como España que permite el matrimonio gay.
Pero, por otro lado, están y siguen los jueces, cada juez. Y la titular de Chitá “parece contraria a las adopciones internacionales”, explica Luis Miguel García, una de las cabezas visibles de la lucha de decenas de familias españolas para desbloquear la parálisis de las adopciones con Rusia. Mestre tiene el mismo recelo: “Hay jueces que buscan todo lo que les ayude a que los niños no salgan”.
A ellos les han devuelto tres veces el expediente de adopción. El último documento que les reclamaron está relacionado con los orígenes de su mujer. Mariela Beltrán tiene nacionalidad italiana (uno de los países con acuerdo bilateral con Rusia), pero nació en Argentina, que no tiene convenio y permite el matrimonio homosexual como España.
“La jueza se acoge al supuesto poco probable de que nos fuéramos a Argentina, que perdiéramos la patria potestad allí y que nadie de la familia pudiera quedarse entonces con la niña y acabara siendo adoptada por una pareja homosexual”, dice Mestre. Pese a todo, asegura que ya han conseguido un documento que les avala. Claro que siguen las dudas. Y cuando se le pregunta si confía en que todo sea más fácil tras el nuevo acuerdo, suspira al otro lado del teléfono: “Ojalá nos sirva para poder traer a la niña ya, aunque la jueza puede seguir poniendo impedimentos”.
El acuerdo entre España y Rusia estaba pendiente desde 2009, mucho antes de que el Tribunal Supremo decretara la paralización. España firmó el pasado julio y la Cámara de Diputados de Rusia le acaba de dar la ratificación definitiva. En medio, Luis Miguel García y su mujer, Paula Arranz, se quedaron sin su primer hijo. Le retiraron la asignación del pequeño Denis, que tiene algo más de tres años y medio, porque lo adoptó una familia rusa, con preferencia sobre una extranjera mientras no haya una sentencia firme de adopción.
Ambos viajaron de nuevo a Vladivostok. “El segundo viaje es más difícil porque sabes que no te puedes ilusionar”, explica García. Pero esta vez salió bien. Hace un mes que recogieron a Lera, una preciosa niña castaña que ya vive con ellos. Su caso se ha resuelto y, aparentemente, el gran escollo legal también.
Pero la sensación de este hombre es agridulce. “Sigue habiendo familias que llevan años esperando y otras que han tenido que asumir sentencias que les quitaban los niños que ya habían conocido. Hoy, más que un día feliz, es un día con un poco de esperanza”.
(Fuente: EL PAÍS)
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