La acogida es una opción muy diferente a la adopción, algo que hay que tener claro. "No tiene nada que ver una cosa con la otra", aclara Jesús María Rubio, director técnico de Acogimiento Familiar de la Comunidad de Madrid, "el objetivo es que estos menores vuelvan con sus padres biológicos, y mientras llega ese momento se les facilita un lugar donde puedan tener la atención que necesitan. La confusión a veces atrae a parejas que lo que desean realmente es una adopción, y como eso no ocurre se genera frustración", explica.
Sin embargo, el desconocimiento no siempre es la causa de las quejas de las familias de acogida, sino el complejo equilibrio entre el derecho de los padres a recuperar su tutela y la protección efectiva del niño. "Nuestro sistema legal defiende en exceso la biología. ¿Cómo es posible que un niño llegue a esperar cinco, seis o siete años a que sus padres puedan hacerse cargo de él?", se pregunta Justi Carretero, presidenta de la Asociación de Familias de Acogida de España (FADES), y añade: "Es una decisión que tendría que tomarse en unos pocos meses. Crecer en esa situación de interinidad es nefasto para un menor porque de esa forma puede perder su infancia".
La Ley de Protección de la Infancia y la Adolescencia, aprobada el pasado año, ha intentado eliminar lagunas, favorecer las soluciones estables frente a las temporales y reducir el número de menores que deben vivir en centros de cuidado colectivo. Aun así, Carretero insiste en que faltan recursos y el procedimiento es demasiado lento. "Al menos los menores que están en una familia de acogida tienen sus necesidades cubiertas, y a menudo pueden ver con regularidad a sus padres biológicos", puntualiza Jesús María Rubio, "aunque es verdad que sigue habiendo demasiados niños en las residencias y que algunos pasan mucho tiempo en ellas. Pero también hay que ser conscientes de que en muchos casos no se encuentran familias de acogida. A partir de una cierta edad, cinco o seis años, o cuando los niños tienen dificultades especiales, resulta más complicado que aparezcan voluntarios".
Marisol acogió a Amal cuando el niño tenía 11 años. Hoy ha cumplido 15 y de aquel chico arisco, de espíritu callejero e incómodo ante el afecto solo queda una mirada algo envejecida y una cicatriz en el cuello. "Cuando entró en nuestra casa llevaba dos años en un centro de acogida. Era el típico niño quiéreme, de los que no lo reconocen, pero que necesitan un abrazo como el comer", recuerda Marisol. Desde entonces, los únicos contactos con su madre biológica, que reside en otro país y que continúa en una situación precaria, han sido por videoconferencia: "Los servicios sociales dicen que todavía no se dan las circunstancias para que Amal se desvincule legalmente de su madre y pase a un periodo de preadopción. Al menos esperamos que siga como hasta ahora. Él ya tiene la vida hecha con nosotros y no quiere volver con ella. Probablemente llegará a la mayoría de edad en esta situación. Nosotros encantados y él también, pero hay otros muchos niños que van de una familia a otra sin lograr estabilidad".
Para Jesús Palacios, catedrático de Psicología de la Universidad de Sevilla y experto en protección infantil, el problema no reside en pasar de la familia de acogida a la biológica, sino en hacerlo con una adecuada colaboración entre unos y otros: "Cuando esta se da, la transición es mucho más llevadera. Por el contrario, si las relaciones entre las dos familias son conflictivas y están enfrentadas en torno a la custodia del niño, el gran perjudicado es el pequeño, con conflictos de lealtades muy difíciles de resolver, sin entender lo que está ocurriendo y desarrollando sentimientos de inseguridad y desconfianza que ayudarán poco a su salud mental posterior".
El objetivo de la acogida es que los niños vuelvan con sus padres biológicos
Ese escenario podría describir la situación de Joan, el pequeño de cuatro años cuya única familia había sido la de Albert y Noelia, en Sueca (Valencia), hasta que los tribunales determinaron en septiembre que su madre biológica tenía derecho a recuperar su custodia. La sentencia ha supuesto una tragedia para la pareja, que había solicitado su adopción, y un cambio desconcertante para el niño, que no quería separarse de ellos. La realidad legal es que, aunque el proceso de adopción esté avanzado, mientras no exista una sentencia firme una familia no puede considerar a un menor como su hijo, más aún en una situación de acogida, porque los expedientes son revisables. "Lo único cierto es que a esa criatura le han destrozado la vida. Y lo terrible es que casos como este, con fallos técnicos, hay muchos porque se trabaja mal", señala Justi Carretero, "hablo con gente de los servicios sociales que no tiene ni idea de lo más básico del acogimiento, lo que genera que las familias que pertenecen a nuestra asociación sientan que están solas y desprotegidas. Te dejan a un niño en casa, del que desconoces muchas cosas, y ahí te las apañes", añade.
La crítica de Carretero se sostiene en una larga experiencia en el acogimiento que comenzó hace 20 años, cuando después de tener dos hijos biológicos decidió junto a su marido probar otro tipo de paternidad. Hoy son padres de otros dos hijos adoptados y han cuidado de 50 niños. "Es una experiencia maravillosa y muy gratificante, porque das un poquito de amor y recibes muchísimo más. Pero nosotros, las familias, no somos lo importante, ni tampoco los padres biológicos, sino los chicos. Hay que preservar su infancia y eso no se consigue con desatención ni procesos de acogimiento tan largos", insiste la presidenta de FADES.
No es de la misma opinión Jesús María Rubio, quien defiende la labor de los servicios sociales que tutelan a todos esos menores a través de equipos técnicos de orientación, apoyo y seguimiento: "Estamos volcados en las familias y en intentar recuperar a los padres biológicos como tutores aptos, siempre priorizando el bienestar del menor y teniendo en cuenta que no puede haber soluciones generales porque cada caso es único. No es lo mismo un bebé que un adolescente, ni es igual un crío que necesita ver a sus padres que el que ha sido abandonado. En unos supuestos el acogimiento puede ser breve, en otros debe ser más largo porque tal vez seguir acogidos sea lo mejor para ellos".
Más allá de las dudas sobre el procedimiento, la realidad es que cada día miles de menores en España no pueden contar con sus padres para que cuiden de ellos y que su futuro depende de un proceso administrativo que solo las familias son capaces de humanizar. Como explica el psicólogo Jesús Palacios, "para aquellos niños que no pueden estar con los suyos, la institucionalización en centros de cuidado colectivo tampoco es una alternativa adecuada. Uno de los derechos básicos de la infancia es el de crecer en una familia que responda adecuadamente a todas sus necesidades". Sin embargo, más de 15.000 menores -en torno al 40% de los 40.000 tutelados por los servicios sociales- viven en residencias de acogida esperando volver con sus padres o deseando un hogar aunque sea eventual. "Necesitamos familias para paliar este drama", concluye Justi Carretero, "es preciso que haya campañas de información en las que se exponga una realidad que parece pasar desapercibida. No podemos ignorar a todos esos niños que sueñan con tener un poco de cariño y una vida mejor".
(Fuente: EL MUNDO)
Exactamente! <> entonces ¿por qué las familias que están en proceso de adopción (incluso si solo están en lista de espera para empezar el proceso) no pueden ofrecerse para acoger a menores? En Catalunya al menos estas son las reglas. Y nosotros vamos a ser "futuros padres" varios años, entre 5 y 10 años! Pero habría que tener en cuenta que somos además que "futuros padres" también ciudadanos con un cerebro, personas que podrían ofrecer tiempo, cariño y recursos a unos niños que ya tienen su propia familia pero que lo están pasando mal y no tienen atención personalizada... "se necesitan familias" pero NO aquellas que además quieren adoptar (ni se les evalúa)! No tiene sentido, y una vez mas lo pagan los peques.
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