“No la soporto, no la quiero”. Cuando Mercedes Mas Soler verbaliza con esta crudeza sus sentimientos hacia R., lahija adoptiva que había deseado con todas sus fuerzas y con la que durante ocho años intentó superar serias dificultades de adaptación, admite que se siente “una mierda”. Pero si ha accedido a contar su historia a La Vanguardia es porque cree que su experiencia puede ayudar a levantar el tabú que envuelve una situación tan extremadamente dolorosa como una adopción truncada. Una realidad silenciada que, oficialmente, en Catalunya afecta a un 1,5% de las familias adoptivas, porcentaje que se eleva al 6% cuando los niños aterrizan en su nuevo hogar a partir de los 6 años. Según las expertas consultadas por este diario, la estimación podría ser la punta del iceberg, puesto que entre el 30% y el 40% de los ingresados en centros terapéuticos y de acogida de menores son adoptados.
¿Qué es una adopción truncada? “Se trata de niños cuyas familias no se encuentran en disposición de continuar haciéndose cargo de ellos y pasan a la tutela de las administraciones públicas, pudiendo ser objeto de una nueva adopción. Es una situación similar a la de aquellas familias biológicas con hijos conflictivos que, cuando se ven superados por la situación acuden a los servicios de protección de menores, aunque en estos casos no se presenten como un abandono”, aclara Marga Muñiz, terapeuta familiar experta en adopción internacional y autora del libro Los niños no vienen de París. En ambos casos la situación es muy traumática, pero para los niños adoptados supone un doble abandono.
“Normalmente el niño no tiene una segunda oportunidad, cuando es llevado a una institución está muy herido y ya no tiene la edad ni las ganas de empezar de nuevo”, constata Ana Berastegui, investigadora y directora de la cátedra Familia y Discapacidad de la Universidad Pontificia de Comillas, que precisa que la adopción en España es “irrevocable”, por lo que no se pueden devolver los niños a sus países de origen. “El sistema es idéntico al de un hijo biológico, no hay mecanismo por el cual puedas dejar de ser padre aunque tu hijo esté en una institución”, explicita.
Sin embargo, al no existir lazos de sangre, la ruptura tiene un sentido más radical. Para los padres, que han pasado por un largo proceso –y alimentado muchas expectativas– antes de acoger a la criatura, la sensación de fracaso es inmensa. “Hay mucha culpa y mucha vergüenza, que se lleva en secreto, porque es muy difícil de asumir, para uno mismo y de cara a la sociedad”, sostiene Berastegui, que considera “terapéutico” que se pueda abordar un asunto sobre el que otros países europeos están rompiendo el silencio.
En Francia, por primera vez el ministerio de Exteriores ha facilitado cifras: en los últimos dos años unos 40 niños adoptados en el extranjero han sido devueltos a los servicios sociales, lo que equivale a un 2% de las adopciones. El tema se aborda en el libro titulado Mala madre, en el que una mujer explica su dolorosa experiencia, y se ha empezado a cuestionar el sistema. “Algunos niños presentan múltiples problemas de comportamiento. Situamos a los futuros padres en la posición de terapeutas. Eso es poner el listón muy alto”, reconoce Nahalie Parent, presidenta de la asociación francesa Infancia y Familia de Adopción.
“En general, se trata de niños que tienen unos problemas tan fuertemente arraigados, como resultado de su pasado, que son incapaces de vincularse y llegar a sentirse parte de la familia por muchos esfuerzos que ésta haga”, explica Muñiz. Cuando se añaden discapacidades derivadas de patologías como el síndrome alcohólico fetal, que hasta hace poco no eran diagnosticadas, la situación resulta a veces insuperable.
En España, donde las adopciones internacionales son un fenómeno más reciente, no hay cifras oficiales. Muñiz habla de un 1,5% de rupturas –lo que significaría que en un período de 10 años unos 500 niños pasan a depender del sistema de protección de menores– y señala que, en países con más tradición en este terreno, como Holanda (5%), Suecia (6%) y Gran Bretaña (11%), los porcentajes son más elevados.
Berastegui señala dos etapas especialmente delicadas en una adopción: el primer año, en el que se debe crear el vínculo entre la criatura y los padres, y la adolescencia, cuando los problemas más o menos latentes se manifiestan. “Los jóvenes se preguntan por sus orígenes y se pone a prueba el vínculo”.
El aumento de adopciones truncadas que están detectando los especialistas en los últimos años se relaciona con el hecho de que muchos de los niños adoptados a principios de la década pasada están llegando a esta etapa. “Hace unos 15 años la adopción estaba muy idealizada y hubo un boom de adopciones internacionales, era como una moda”, argumenta Agnès Russiñol, directora del Institut Català de l’Acolliment i de l’Adopció (ICAA). Reconoce que en ese momento se tendió a subestimar “la mochila emocional” de estos niños, especialmente los que han pasado los primeros años en un orfanato. “Son criaturas que han sufrido mucho, a veces han sido objeto de maltrato, por lo que requieren familias muy preparadas para realizar un trabajo de reparación”, apostilla.
“La gente adopta pensando que el amor todo lo cura. Es una condición sine qua non, pero no es suficiente, no debemos ser naifs”, advierte Eva Gispert, presidenta de la asociación Familia y Adopción. Según su experiencia, la idea de que cuanto más pequeño sea el niño menos problemas psicológicos arrastra es errónea. “Las secuelas también pueden venir de un embarazo bajo un gran estrés”, señala Gispert. A su asociación cada día llegan más padres con “situaciones desesperadas, un enorme sentimiento de culpa y una gran sensación de desamparo”.
Para las expertas, la labor de prevención y de información antes de adoptar es fundamental. “Durante mucho tiempo, hemos tenido los procesos más laxos de toda Europa. En Bélgica, el 30% de los aspirantes ven rechazada su idoneidad, mientras en España el porcentaje es del 3%”, subraya Berastegui.
“Las adopciones internacionales son un contrato privado entre la agencia de adopción y la familia”, precisa Russiñol, que pide “no banalizar” unas rupturas en las que “todo el mundo sufre mucho” y que su departamento tiene “la responsabilidad” de atender. Por ello, juzga necesario “reforzar la preparación de las familias para que la gente sepa dónde se mete” aunque admite las dificultades de financiación. El departamento ha creado un grupo de trabajo para determinar los recursos que se necesitan para afrontar estas situaciones.
Para evitar llegar al extremo de la separación, tanto Russiñol como otras especialistas animan a los padres adoptivos a buscar ayuda cuando surgen problemas de adaptación o de comportamiento. “No hay que esperar a que la situación se degrade y sea demasiado tarde”, opina Gispert, que advierte sobre la falta de terapeutas con la preparación adecuada para atender esta demanda.
1. La familia empieza a ver que las dificultades son mayores que las alegrías. Muchos padres en esos momentos empiezan a preguntarse cómo se les ocurrió pensar en adoptar. El problema arranca cuando este pensamiento se tiene de forma reiterada.
2. Los padres empiezan a percibir el problema con tal magnitud que no se sienten capaces de manejarlo ni mucho menos de superarlo.
3. La familia se queja abiertamente de las dificultades ante otras personas. Es importante que en este momento cuente con un grupo de apoyo, que le ayude para no avanzar más en el camino de la adopción truncada. Otras familias que hayan vivido esta situación son las mejor preparadas para hacerlo.
4. Se produce un punto de inflexión. Sucede algo que lleva a la familia a pensar que no puede tolerar por más tiempo la conducta de la criatura. Por ejemplo, un acto de piromanía o de crueldad con algún miembro de la familia, que los atemoriza hasta el extremo de pensar que sería mejor no continuar insistiendo en su vinculación con la familia.
(Fuente: www.lavanguardia.com)
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