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El Mercurio
Esta metodología es una herramienta terapéutica que preserva la memoria. Desde el Sename explican que hoy todos los niños deben tener uno. Sobre qué tipo de información debería incluir, parece no haber consenso.
¿Pero qué pasa con la memoria de ese niño en sus primeros años de vida? ¿Cuánto debe saber acerca de su origen? ¿Desde qué edad? ¿Debe saber quién lo cuidó, por qué fue a dar a una institución dependiente del Sename, cuánto tiempo estuvo, cómo fueron esos años?
Matías Marchant, psicólogo que ha hecho foco en la infancia y especialmente en la vulnerada, sostiene que estos niños, como todos, tienen derecho a su identidad y la única manera de que puedan acceder a ella y su historia es que alguien se las cuente. Los adultos que los cuidan, por ejemplo. Y que en esos testimonios puedan saber que no fueron abandonados, sino que hubo alguien siempre cuidándolos. Y que el período en que pasan de las manos de sus familias de origen a la adoptiva, no tiene que ser un paréntesis oscuro y olvidable, sino un espacio de afecto y contención.
En su trabajo este terapeuta ha incorporado los Libros de Vida, que son cuadernos en blanco que se van llenando con la historia de cada niño desde que llega al hogar hasta que se va. Y ahora Ediciones de la Universidad Alberto Hurtado publicará su trabajo "El libro de vida: un lugar para la memoria"
Según Marchant, no ha sido tan fácil instalar este concepto de la manera como él lo entiende y lo lleva adelante con las instituciones donde trabaja. Sobre todo a la hora de definir qué se puede y no se puede poner en estos documentos que los niños llevarán casi como único testimonio de su origen.
"En 2011 se hicieron unas bases que planteaban que los niños tenían que tener un acceso regulado a su historia. Se decía explícitamente que los programas que trabajaban con niños para su adopción no debían tratar en forma completa su historia, porque los podía retraumatizar y se fundaba en algunas premisas psicológicas de que los niños no son capaces de resignificar su experiencia", cuenta Marchant.
La idea de estos documentos es hacer un registro de las "pequeñas historias, no del informe psicológico", dice el psicoanalista. El cordón umbilical, los dientes de leche, el primer mechón. Las visitas de la mamá o de otros parientes, entre otras muchísimas cosas que retratan su origen, son los que en su opinión deben estar aquí.
Marchant cuenta que los niños más grandes, en sus momentos de agitación, piden ver sus libros. "La gente cree que eso es retraumatizante y lo que nosotros vimos es que era tranquilizador". Hasta ahora, dice el terapeuta, las experiencias son muy positivas.
La directora del Sename, Marcela Labraña, explica que desde el año 1999, por ley, todo niño tiene que saber que es adoptado. "Y tuvimos que generar el programa Búsqueda de Orígenes, que permite que a los 18 años los jóvenes puedan venir para saber quiénes eran sus padres biológicos, porque a esa edad tienen una madurez psicoemocional para entender por qué no están con sus padres biológicos, porque detrás también hay historias a veces un poquito fuertes", explica.
Labraña agrega que todos los niños que están bajo el cuidado del Sename "tienen sus libros de vida, es parte de la exigencia metodológica del convenio de La Haya. Los niños tienen derecho a conocer su realidad, por lo tanto, guardar información no tiene ningún sentido".
Los matices aparecen cuando se trata de especificar el tipo de información que pueden contener esos libros. Y ahí, al parecer, hay un margen más bien indefinido. "Esa labor de traspaso de la historia es hacerse cargo de una responsabilidad social y la tesis de mi libro es que los adultos somos los garantes de la memoria del niño", termina Marchant.
(Fuente: www.economiaynegocios.cl)
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