sábado, 7 de noviembre de 2015

Abriendo la puerta al acogimiento familiar.

Tras el llamamiento que hizo la Diputación de Bizkaia para encontrar familias dispuestas a acoger a  niños y niñas menores de 9 años, 190 personas se han interesado en solicitar información sobre este programa. Y aunque no todas se ofrecerán para empezar el proceso de valoración, el equipo de Acogimiento Familiar se muestra optimista de que cada vez haya más gente que sepa en qué consiste la medida. 
A. CARRILLO | Cuando María tenía 5 años solía decir que todos los niños tienen derecho a una familia. Y no es que ella no la tuviera, sino que las circunstancias vitales de sus padres les impedían hacer frente a la crianza de María y de su hermano y por eso vivían en un centro de acogida de la Diputación, separada de sus padres. Pero un día de febrero, cuando Olentzero y los reyes Magos ya habían pasado repartiendo sus regalos a los niños que se han portado bien, María recibió el suyo. Eran Belén y Enrique, una pareja con tres hijos que se animó a abrir la puerta de su casa y de su corazón a la pequeña María, a ofrecerle un hogar, una oportunidad. La misma que esperan 25 niños y niñas que se encuentran tutelados por la Diputación, para los que se pide con urgencia familias que les arropen, que les den la estabilidad y la seguridad que necesita cualquier menor. 

"Hay niños que llevan más de 10 o 12 meses a la espera de una familia de acogida. Hay grupos de hermanos a los que no es posible encontrarles una. Y también están los más pequeños, los de 0 a 3 años, que son los que más necesitan protección", señala Alberto Rodríguez, coordinador del equipo de Acogimiento Familiar de la Diputación. Una familia que los trabajadores sociales y psicólogos entienden en su sentido amplio, parejas con o sin hijos, parejas homosexuales o heterosexuales, o personas solas. "Hemos tenido padres de acogida a jubilados que se encargan de los acogimientos urgentes, de bebés que no pueden esperar mucho tiempo para encontrar una familia. Y gente joven que no supera la treintena que acoge durante los fines de semana o las vacaciones", puntualiza. Cualquier modelo de familia que esté dispuesta a ofrecer su tiempo, su cariño y su hogar a estos pequeños puede acoger. Eso sí, advierte, el proceso es duro y exigente. 

"Todos los niños que van a ser acogidos han sufrido la separación de sus padres y esto ha sido traumático para ellos. Por eso las familias que valoramos tienen que ser capaces de sostener, acompañar y hacer frente a las dificultades que tienen los pequeños", continúa Rodríguez. El proceso por el que atraviesan suele durar cuatro meses y medio en los que se mantienen entrevistas con psicólogos y trabajadores sociales para ver las debilidades y fortalezas del núcleo familiar. Luego pasan por una formación para que entiendan cuáles son esas dificultades que entraña el acogimiento y hagan una autoevaluación de sus capacidades para asumirlas. Y finalmente se les visita en su hogar. Otro de los aspectos que se valora es que las familias tengan una estabilidad económica para que puedan asumir la incorporación de un nuevo miembro. Aunque la Diputación aporta una compensación económica todos los meses y se hace cargo de gastos como las visitas a un psicólogo, la ortodoncia o unas gafas, son las familias las que se encargan de buena parte del sostenimiento del menor. 

Los lazos del cariño, tan fuertes como los de la sangre  

Rodríguez insiste en que todos los modelos de familias pueden acoger, pero quienes pasan por el proceso de valoración tienen que entender que el acogimiento no es una adopción. "Los niños siguen en contacto con sus padres biológicos porque a pesar de que se hayan dado situaciones de abandono, o maltrato, a los niños y niñas les proporciona tranquilidad y seguridad verles, hablar con ellos. Aquí no se trata de juzgar a los padres, sino de entender que se trata de una crianza compartida entre dos familias, la de acogida y la biológica", continúa. 

Esta relación está mediada permanentemente por profesionales que orientan a las familias -a las de acogida y a las biológicas- en el proceso de reparación del daño emocional de los pequeños. "Los niños han vivido muchas situaciones con miedo y ese sentimiento muchas veces lo manifiestan con mentiras, enfados o bajo rendimiento escolar. El objetivo es que muchos de estos problemas pueden ser abordados por una familia, pero las heridas que llevan en la mochila son importantes y no todas se pueden resolver de la misma manera", reconoce Rodríguez. Y no es fácil. Por eso la importancia del programa para que los niños recorran ese camino hacia su recuperación en compañía de una familia estable, capaz de darle cariño y respeto. 
A su vez, los padres también tienen que recomponer muchos aspectos de sus vidas, sus problemas con el alcohol, las drogas o con su carácter violento. En muchos casos son ellos mismos los que presentan a sus hijos a los padres de acogida para que los niños no entren en conflictos de lealtades y sepan que estar en una familia de acogida no significa renunciar a su familia biológica. 

Abrir una puerta que cierra muchas heridas

El temor a abrir la puerta al acogimiento lo experimentaron Enrique y Belén hace muchos años, cuando fueron a informarse por primera vez y les echó para atrás la posibilidad de encontrarse con la familia biológica del menor y tener problemas. "Pero el sistema tutelado te da muchas garantías porque los encuentros están supervisados por un equipo técnico y mantienes tu privacidad con respecto a la familia biológica", señala Enrique. 

Disipados los miedos, la pareja pasó por el proceso de valoración y formación. Unos meses en los que los técnicos les pintaban un panorama negro. "Alguna vez me dijeron que una semana antes de la visita tutelada, los niños están jodidos. Una semana después de la visita tutelada están jodidos otra vez. Y las visitas tuteladas son cada dos semanas...pues están jodidos permanentemente", suelta Enrique y se echa a reír. Pero nada más lejos de la realidad. Su experiencia con María ha sido como la que ha tenido con sus otros hijos. Momentos duros en los que le ha echado un pulso, como cuando se tiraba en el cuarto de baño y Belén iba a acostarse junto a ella para hablar. Y otros que lo compensan, como verla mejorar su estado de ánimo, madurar y pintar. 

"Al principio tienes que trabajar, te requiere un esfuerzo, paciencia, comprensión hacia su situación tan revuelta. Ya una vez superada esa fase para María somos su familia y para sus padres biológicos somos parte de su familia también", indica. Otro de los temores que sienten las familias que atraviesan por el proceso de valoración está relacionado con sus propios hijos y con la manera en que estos encajarán el nuevo escenario. Pero la experiencia indica que los niños entienden de manera más natural el acogimiento y se convierten en un apoyo fundamental porque le restan importancia a muchas situaciones. 

"Para nuestra familia ha sido un experiencia gratificante tener a María, tan gratificante como un hijo propio", señala Enrique. "Gratificante y difícil", le completa Alberto que añade que es complicado a veces entender por qué resulta positivo que un niño vea a sus padres biológicos a pesar de que le maltrataban o de que se iban del hogar y le dejaban solo durante horas. "Pero siempre debemos pensar en la clave del menor, de eso se trata el acogimiento, de salvar a un niño".

Información944 479 242 

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