Ellos se pasaron la infancia y la adolescencia esperando. Cada sábado por la tarde, cada Navidad, cada cumpleaños, esperaron que alguien los viniera a buscar para llevárselos a su casa y darles una familia. Pero eso nunca ocurrió. Y un día les dijeron que, como cumplían los 18 años, debían dejar el hogar en el que habían crecido. Entonces tuvieron que salir, así de huérfanos, al mundo a pelear la vida. Conseguir un trabajo, una casa y forjarse un destino. En el sistema de adopciones hay más de 14.000 chicos que no viven con sus padres y que esperan un hogar. Cada año, el 27% egresa al alcanzar la mayoría de edad. Apenas el 7% se va adoptado por una familia.
"Salir es jodido. Por un lado, es lo que yo quería. Irme. Pero por otro, sabía que no tenía nada. No tenés dónde caerte muerto. Y tenés que salir a la calle con esa idea. No la podés pifiar. Y si la pifiás, como me pasó a mí, no tenés a dónde ir", cuenta Nicolás Fernández, que hace casi dos años, cuando cumplió 18, dejó el hogar Juan Carlos Márquez, de La Plata, pero tuvo que volver un tiempo después, cuando se quedó sin trabajo y sin lugar donde vivir.
El primer recuerdo que tiene Nicolás es de una mesa larga, con muchos chicos que no conocía. Los chicos tomaban mate cocido. Él lloraba a los gritos y pedía por su mamá. Tenía tres años y acababa de sobrevivir a un incendio en su casa, en Florencio Varela. Después, a la madre la llevaron a un neuropsiquiátrico y su papá, no se hizo cargo de él y además falleció tiempo después. A Nicolás primero lo llevaron a una iglesia, después a los Tribunales y finalmente a un hogar.
Desde ese día, esperó cada día de su vida que alguien lo fuera a buscar. Hace dos años, esa espera terminó. Cumplió los 18 años y le informaron que ya no tenía que vivir en el hogar. Tenía que conseguir un trabajo, una casa, asumir una vida adulta. No tenía que ser al día siguiente, podía tomarse su tiempo, pero sus días de niño que espera a ser adoptado habían terminado. Y consiguió un trabajo en una casa de comidas en Quilmes y se mudó a una pieza que le ayudaron a alquilar los dueños.
Pero la relación con ellos no fue sencilla. Y cuando se dio cuenta que, como dice él "la había pifiado", no tenía red hacia dónde caer. Casi un año después, volvió al hogar, donde lo recibieron porque le tienen mucho afecto, pero de donde sabe, se debe ir cuando antes. Tiene dos trabajos, uno como cadete, otro como mozo. Tenía un subsidio que se le cortó el mes pasado. Pero todo eso no le alcanza para alquilar un monoambiente.
"Es muy duro cuando te das cuenta de que ya nadie te va a adoptar. Y que a la vez no tenés adónde ir. Es el vacío total. Siempre quise encontrar mi lugar. Era desesperante no tener un espacio propio y no pertenecer a ningún lugar. Nadie tenía fotos mías ni conocía mi historia. Eso se termina convirtiendo en una búsqueda implacable. Buscás y buscás. Yo sigo buscando... ya no a una familia, sino mi lugar", dice.
Dos veces Nicolás estuvo a punto de conseguirlo. "Tengo dos adopciones fallidas. Para un nene de 12 años, ¿sabés lo que es?", cuenta. Cuando tenía diez años, una pareja lo quiso adoptar. Lo llevaron a su casa, pero la relación no prosperó. "Ni ellos me adoptaron a mí ni yo los adopté a ellos. Y cuando ni me lo imaginaba, juntaron las cosas y me devolvieron al hogar."
Nicolás revive la experiencia y se le hace un nudo en la garganta. Todavía le duele el rechazo. "Tenía diez años, no entendía qué pasaba. Lloré y lloré, salí muy dolido", recuerda. Un año después, otra familia lo llevó a su casa. Tenían otro hijo, un año menor, que habían adoptado cuando era bebe y que también se llamaba Nicolás. Los celos y las peleas entre ellos acabaron en otra adopción que no fue."
¿Qué ocurre cuando los chicos como Nicolás cumplen 18 años? Algunos municipios tienen programas de autovalimiento, que brindan acompañamiento un tiempo antes y un tiempo después, hasta que puedan organizar su nueva vida. Pero sólo el 7% tiene un proyecto propio de vida al salir según datos oficiales. La gran mayoría, en cambio, debe dejar el instituto en el que creció y enfrentar por sus propios medios el mundo adulto.
¿Cómo se sienten al salir? Inseguros, solos, nerviosos, con miedo, tristeza, soledad. Según los resultados de una encuesta entre chicos que están por egresar y que egresaron del sistema de adopciones, impulsada por Unicef, la Asociación Civil Doncel, y el programa de Juventud de Flacso, sólo uno de cada tres de estos adolescentes recibió información sobre su egreso y uno de cada tres se preparó antes de salir buscando trabajo.
Elisa Sarmiento salió de un hogar de menores hace seis años y participó de aquel estudio entrevistando a otros jóvenes de su edad o cercanos a salir. Elisa llegó al hogar a los 16 porque sus padres no se podían hacer cargo de ella y salió años después, cuando le faltaba poco para cumplir los 21 años, ya que esa era entonces la edad de egreso. Su experiencia al entrevistar a otros adolescentes le hizo revivir su propia experiencia en el hogar. "Me dolió mucho cuando una chica de 18 años le pregunté cuáles eran sus expectativas al salir del hogar. Me dijo que tener un hijo, y ser vieja con arrugas. Como si todo a lo que pudiera aspirar fuera a encontrar alguien que la mantenga. ¿Y si esa relación no es lo que ella esperaba? ¿Qué va a pasar con ese hijo? Le va a dar la misma vida que ella tuvo. Me dolió comprobar en las entrevistas que muchos de estos chicos no esperan nada de la vida", dice. El caso de Elisa fue distinto. Ella tomó la decisión de que quería otra cosa. Y gracias al apoyo de la Asociación Doncel, antes de egresar pudo armar un curriculum y conseguir un empleo en una empresa de comercio exterior que le permitió lograr su independencia.
El 54% de los chicos que llegan a los distintos hogares e instituciones vienen porque fueron separados de su familia por situaciones de violencia. Es decir, que en la mayoría de los casos pasan años hasta que se les declare la situación de adoptabilidad, algo que deberá cambiar cuando entre a regir el nuevo código civil.
La cantidad de años que estos chicos pasan en el sistema antes de que se los pueda adoptar es el mayor enemigo para que consigan una familia, ya que a medida que los chicos crecen, se reducen las posibilidades de ser adoptados. Nueve de cada diez parejas o personas que se inscriben para adoptar sólo buscan bebes. En cambio, el 55% de los egresados encuestados por Unicef y Doncel, había pasado más de seis años en hogares. Y el 20%, había pasado más de diez años.
"Hay que trabajar con los chicos, mucho antes de que egresen para que hagar el duelo de la familia que no fue. Con estos chicos, si nos acordamos de prepararlos 15 días antes de que salgan, es tarde. Porque en una familia, los padres preparan a sus hijos desde que nacen para adquirir la autonomía. A ellos, no", explicó Marisa Graham, subsecretaria de la Secretaría de Niñez de la Nación.
Cristian: "Aquel día, en que casi me adoptan"
Cristian Guarasci recuerda ese día en que casi lo adoptan. Tenía once años y lo llevaron a la casa de una familia en San Miguel. Había jardines, pileta y una infinidad de objetos de lujo que nunca había visto. Él y dos de sus siete hermanos iban en un patrullero y el policía que conducía les dijo que se portaran bien, que esa familia quería adoptar. "Era un lugar hermoso. Estábamos ilusionados. Pero estuvimos apenas unos días y nos trajeron de vuelta", cuenta. Fue el comienzo de una vida que se desarrolló en distintas instituciones para menores. Sólo cuando Cristian alcanzó la mayoría de edad y logró conseguir un empleo y alquilar un departamento, al que fue llevando a vivir a sus hermanos, tuvo por primera vez la sensación de hogar.
Dos veces había experimentado algo parecido. Una vez cuando lo invitaron a dormir a la casa de un amigo, en la villa de emergencia de José C. Paz en donde nació. Otra vez, cuando se quedó en lo de una tía. Y supo que eso era lo que quería. El resto de su infancia la había pasado en una casa con cinco hermanos menores y una hermana que dependían de él. La madre no se ocupaba de cuidarlos y en cambio era él al que le tocaba levantarlos y llevarlos al colegio y conseguirles algún pedazo de pan para cenar. "El que no se levantaba para ir al colegio, no comía. Literalmente íbamos al colegio para almorzar. Y mis hermanitos, los más chicos, que todavía no iban al colegio, cuando volvía encontraba que habían comido tierra", relata con los ojos empañados. Cristian hoy tiene 26 años y es uno de los egresados de instituciones de menores que Doncel y Unicef llevaron a entrevistar a otros jóvenes que están a punto de salir.
Siempre supo que no quería repetir la historia que le había tocado y tampoco la quería para sus hermanos. Mientras estuvo durante los últimos años de su adolescencia en el hogar Alborada, donde hizo una gran amistad con otros jóvenes y con los directivos, terminó el secundario y se capacitó en carpintería. Hoy trabaja en una casa de electrodomésticos. "Se puede ser distinto. Solo que tenés que quererlo y proponértelo una y otra vez, cada día de tu vida", afirma.
Yamila: "Nadie te da lo que necesitás: un abrazo"
Yamila Carras tiene 26 años y es mamá de tres niñas. Saca una torta del horno y la casita en la que vive con su marido se llena de olor a hogar. Hace cinco años egresó del instituto en el que pasó su adolescencia, luego de que su madre decidiera firmar ante un juez que ya no se podía hacer cargo de ella. En su casa, en la villa Carlos Gardel, en frente al hospital Posadas, de Haedo, también había muchos hermanos y se vivieron situaciones complejas que la llevaron a terminar creciendo en un hogar de menores.
"Durante las entrevistas con otros adolescentes aparecía de vuelta el mismo planteo que viví yo. ¿Cómo puede ser que tenga una familia y que esté viviendo en un hogar? Pero hoy entiendo que fue lo mejor", reconoce. Yamila también fue parte del equipo de entrevistadores egresados del sistema de adopciones realizada por Unicef y Doncel.
La historia de Yamila refleja en gran medida la de la mayoría de los chicos que viven en hogares e instituciones sin cuidados parentales. El 54% de ellos llega por situaciones de violencia familiar. Apenas el 32% fueron abandonados por sus padres o tienen una filiación desconocida.
Saber que tenía que salir al mundo adulto y campearse una vida no fue sencillo. Hubo ideas y venidas, pero finalmente logró asentarse con su pareja y desarrollar por su propia cuenta un emprendimiento de catering. Todos los mediodías cocina y recorre los negocios del barrio levantando y entregando pedidos.
"Es muy duro crecer en un hogar. Porque ahí, en el mejor de los casos tenés profesionales que te cuidan, te atienden, te escuchan. Peor nadie puede ponerse en tu lugar porque no saben lo demoledor que es sentir el abandono. Nadie te da lo que necesitás: un abrazo", dice.
Al salir del hogar para armar su propio proyecto de vida le hizo descubrir que paradójicamente, ese horizonte tan temido de la mayoría de edad, la había acercado a la posibilidad de tener lo que nunca tuvo: una familia. Hoy está aprendiendo a cuidarla, a construirla y a evitar repetir los mismos errores que poblaron su infancia y que tanto la marcaron.
(Fuente: www.lanacion.com.ar)
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