La detección del primer contagio de ébola producido en Europa ha centrado el foco informativo en España. Mientras tanto, en África Occidental, donde se originó el brote, son ya cerca de 7.200 las personas infectadas. La cifra de fallecidos supera los 3.330. Además del colapso sanitario y económico, existen otras realidades solapadas entre los conteos estadísticos. Una de ellas es la situación de los huérfanos del ébola, víctimas indirectas de la virulencia de la enfermedad y, además, del repudio y temor de una sociedad que no acaba de comprender en qué consiste la pandemia.
Eunice tiene 6 años. Aún no comprende qué es lo que ha pasado. Hasta hace unos meses vivía en una casa pequeña con sus padres, su tío y sus dos hermanos. Su madre fue la primera en enfermar. A la semana, todos los miembros de la familia estaban infectados. Todos menos ella. Ni siquiera sabía lo que significaba 'infectar'. Les sacaron de su casa. Se quedaron en la calle. Poco a poco, pero en cuestión de días, su familia fue desapareciendo. Primero su hermano, luego su madre. Luego los demás. Unos vecinos la recogieron de la calle. "Tápate la boca", le dijeron, y la llevaron a otro lugar.
La historia de Eunice es real y no lo es: es la mezcla de las situaciones vividas por varios menores que sirve para reflejar la realidad aproximada de los más de 300 niños de Sierra Leona que, sanos, han quedado al margen de la comunidad. Son los huérfanos del ébola. Además de enfrentarse a la pérdida de su familia, deben superar la distancia marcada por una sociedad que, hundida aún en la mitología tribal, les aleja por temor a la brujería y a la magia negra.
En agosto, todos los colegios en Sierra Leona cerraron. El riesgo de convertirse en centros de contagio era demasiado alto como para mantenerlos abiertos. La desescolarización es un problema secundario para el país, que resiste el azote de esta epidemia. El caos administrativo y ejecutivo está lejos de resolverse pero ya se están dando los primeros pasos. El Gobierno, con la ayuda de las ONG, ha iniciado un registro de los huérfanos del ébola. Hasta el momento, el recuento ha localizado a 310 niños y niñas no infectados que han perdido a sus familias. A ellos se suman entre 600 y 700 más que permanecen en cuarentena a la espera de resolver la evolución de los síntomas de infección.
Hace solo una semana, la Misión Salesiana en Sierra Leona abría en Monrovia la primera residencia para acoger a los huérfanos supervivientes del ébola. Lo que antes era una escuela de primaria se ha convertido en un «centro interino de atención al menor» que acoge a 60 niños y niñas de entre 2 y 17 años.
Al frente se encuentra Jorge Crisafulli. Este religioso, argentino de 53 años,lleva más de 30 cooperando en África y es el inspector de los Salesianos de los países de habla inglesa en la región del África occidental. Ahora mismo se encuentra en Ghana, donde está impartiendo un seminario sobre el ébola y desde donde atiende la llamada de Gonzoo.
Temor a los niños
Puede resultar sorprendente, pero el temor a la violencia contra las instalaciones o las propias personas que residen en el centro de acogida hace necesario que, en la medida de lo posible, pase desapercibido. «Para comprender el verdadero problema de esos niños hay que meterse de lleno en la cultura africana», explica Crisafulli. «Nadie quiere tocar a alguien que haya estado en contacto con el ébola, da igual que sea un adulto o un menor, que esté o no recuperada, o incluso que no esté infectado. Eso es lo primero. Después está el simple hecho de sobrevivir. En África, que un menor no se contagie mientras que toda su familia ha muerto se ve como brujería. La gente se pregunta cómo los pequeños han logrado no contagiarse, y sus deducciones apuntan a la magia negra. Ha habido varios casos de huérfanos asesinados, y ha sido por el temor a la hechicería más que al propio ébola en sí».
Por eso no se habla de orfanato, y también se evita la expresión "huérfanos del ébola". «Tenemos miedo a las represalias de la gente. Hay mucha inseguridad en las calles. Miedo, pánico. Sobre todo porque no se distingue entre "infectados por el ébola" y "afectados por el ébola". Los niños del centro no están infectados, están afectados por las consecuencias del virus».
La mayoría de los niños alojados en el centro han llegado a través de lallamada telefónica de algún familiar de segundo grado que no podía o no quería hacerse cargo de él o ella. La previsión del religioso apunta a que antes de que termine el año habrán ocupado las 120 camas de las que hasta ahora disponen. «A mediados de 2015, si la expansión del ébola no se frena, podrían ser más de 250». «Nuestra idea es no tenerlos más de cuatro meses», apunta Crisafulli. La primera opción es encontrar a alguna persona cercana que quiera hacerse cargo del menor. En caso de que las familias no quieran recibirlos, se pone en marcha un sistema que ya se ha usado con los niños soldados y que consiste buscar familias ajenas que quieran hacerse cargo de ellos. «A estas familias se les da apoyo con comida e incluso con dinero».
Los niños «siempre se quedan dentro del país», advierte Crisafulli, no se contempla la adopción internacional. «En el caso de que tampoco haya posibilidad de encontrar una familia sustituta, nuestra idea es quedarnos con los niños, aunque de momento no hemos planeado lo suficiente la estrategia a largo plazo. No sabemos cuántos van a ser ni cómo alimentarlos. Cuando todo esto pase, cuando el ébola se controle, los huérfanos quedarán. Tenemos que encontrar una manera de mantenerlos hasta que puedan valerse por sí mismo. No hay más opción».
Buscar una familia de acogida
La Misión Salesiana se financia a través de las donaciones que gestionan sus diferentes centros en varios países. «Tenemos un presupuesto muy pequeño. Hemos recibido 110.000 euros de los salesianos de Madrid. También una pequeña cantidad de los salesianos de Eslovaquia, y ahora desde Brasil nos acaban de comunicar que nos van a mandar 8.000 euros. También ha llegado ayuda de Asia y de Alemania. Con ese dinero nos estamos abasteciendo para dar comida a más de 1.000 familias de Liberia y Sierra Leona y gestionar la residencia de menores».
En el centro trabajan 12 personas: cinco salesianos, dos enfermeras, dos asistentes sociales, dos maestros, una doctora y una terapeuta musical y de danza. «Cada día los niños se levantan y tienen un momento de oración. Después, la mañana la dedican a la educación; tienen clases de inglés, matemáticas, sociales… Por la tarde hay actividades especiales, como la consulta psicológica, el trabajo en la huerta, deporte, juegos y musicoterapia». Esta última actividad la imparte una voluntaria alemana. Crisafulli justifica su necesidad como parte de la recuperación de los niños, «que no solo han perdido a sus familias, sino que también han pasado por el trauma de ser perseguidos y estigmatizados».
Los sistemas de protección y contención ante la infección son una de las prioridades en el centro. «Hemos creado un sistema de duchas en el cual cada niño tiene acceso a un mando personal. No es fácil explicar prevención a los niños por cómo son, pero estamos tratando de educarles. También hemos construido una carpa de cuarentena y seguimos todos los protocolos de seguridad en los que hemos sido formados. Tenemos dos trajes de protección, tenemos guantes… La carpa tiene baños y duchas especiales. En el caso de que cualquier niño presente síntomas (fiebre, vómitos, diarrea o hemorragia), inmediatamente se le separa del grupo y se sigue un protocolo de seguridad».
Sanidad y alimentación, puntos básicos
En la calle la situación es diferente. El misionero asegura que la gente, cuando tiene dinero, prefiere invertir en comida antes que en sanidad. «Es uno de los grandes desafíos en Liberia y Sierra Leona. Muchas familias se acercan a nosotros pidiendo ayuda. Hasta ahora hemos podido ofrecer arroz, aceite, tomate fresco y pasta de tomate. Pero lo más importante es el material sanitario para prevenir de un contagio, que es muy, muy fácil que ocurra. Intentamos enseñarles protección y darles guantes, jabón y desinfectantes».
También están las huertas familiares, que consisten en proporcionar a las personas sin recursos las herramientas y formación necesaria para autogestionar sus propios cultivos. «Preferimos dar semillas a comida. Seguimos repartiendo alimentos, pero no sabemos cuánto tiempo podremos seguir haciéndolo».
Crisafulli, que considera el gesto de repatriar a los dos religiosos españoles infectados en África «casi como un acto maternal» por parte de España, tiene clara su posición en caso de contraer la infección. «Yo preferiría quedarme aquí y compartir mi destino con el de los africanos. No todo está perdido, se puede hacer algo, hay casos de gente que se ha curado. Como salesiano, ya he tomado esa opción. Haremos lo posible por salvar al infectado, pero aquí, sin repatriación».
Respecto al futuro, solo espera que esto «termine lo antes posible». «Lo primero es contener la infección, lo segundo es que siga habiendo gente con esperanza. La herramienta más fuerte para combatir esta enfermedad no es el dinero, es la esperanza, ser positivos. Con mucho trabajo y esfuerzo, esto se terminará. No sé cuándo, no va a ser fácil, pero lo hará. Laayuda internacional es imprescindible para lograrlo. No basta con mirar la televisión y pensar: "esto pasa en África". Hoy está pasando en África, pero mañana puede pasar en cualquier otro país. Es un reto global».
Jorge Crisafulli, junto a uno de los menores en Sierra Leona.
(Fuente: Gonzoo.com)
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