sábado, 7 de junio de 2014

La vida tras el orfanato. (Huérfanos en Rusia)

Zhenia tenía ocho años cuando murió su abuela. Su padre no vivía con ellos y cuando su madre volvió a beber, Zhenia fue abandonado a su suerte. Durante aproximadamente un año vivió solo, a veces en casa, a veces en la calle. Así, cuando le ofrecieron entrar en una casa de acogida, aceptó. “No me arrepiento; soy quien soy gracias a esa casa”, afirma Zhenia.
Ahora tiene 28 años y, desde fuera, nada deja entrever su pasado en un orfanato. Excepto, quizá, que enfatiza con orgullo que su novia es del “mundo real” y no de una casa de acogida también. Su chica tiene 20 años y está estudiando para ser policía; Zhenia está contento porque “al menos alguien de la familia tendrá estudios”. Él nunca terminó la escuela, pero no le preocupa especialmente. Zhenia tiene un piso a las afueras de Moscú que su abuela le dejó en herencia y gana un sueldo más que digno trabajando como administrador de sistemas para una empresa de venta de ropa.
Hay unos 560.000 niños en orfanatos sociales como Zhenia en Rusia, esto es, niños cuyos padres biológicos viven. Según el Ministerio de Educación, representan el 85 % de los “huérfanos” del país. Sus historias son, por lo general, muy parecidas. Sus padres pierden la custodia normalmente por alcoholismo o por ser incapaces de hacerse cargo de ellos. A menudo las madres renuncian a sus hijos cuando nacen porque no pueden o no quieren cuidarlos o porque tienen alguna discapacidad.
Todos estos niños terminan en centros. Se trata de instituciones cerradas que Rusia heredó de la Unión Soviética, donde fueron acogidos miles de niños que quedaron huérfanos como resultado de las guerras o de represalias políticas.
Actualmente hay unas 2.000 casas de acogida en Rusia. Cuando los huérfanos cumplen 16- 17 años, salen al mundo real: unos 15.000 al año. Por supuesto, algunos niños son adoptados, pero muy pocos. En 2012, los rusos adoptaron 6.500 niños, de los que solo 29 tenían algún tipo de discapacidad. Es cierto que dos tercios de los huérfanos viven en familias de acogida sin llegar a ser adoptados; sin embargo estos niños a menudo son devueltos a los orfanatos. En 2012, esto les sucedió a unos 4.500 niños.
A partir de los 18 años, los huérfanos reciben un salario mensual de unos 25.000 rublos (720 dólares) y el Estado en teoría debe asignarles una vivienda. Desde el punto de vista material, no parece estar tan mal. Pero el principal problema es que los orfanatos forman jóvenes sin ningún tipo de preparación para la vida en el mundo real, dice Alexander Gezalov, de 47 años, experto en orfandad social en la CEI y salido de un orfanato él mismo.
Gezalov, que se dedica a ayudar a estos muchachos a adaptarse, explica que, en su forma actual, las casas de acogida son solamente un caldo de cultivo para grupos criminales. “Estoy en contacto con una joven de Izhevsk, que acaba de salir de un orfanato. Dice que la mayor parte de la gente que conoce o se ha enganchado a la droga o ya está muerta.”
La financiación no es un problema
Se realizan esfuerzos para resocializar a los niños que salen de estos centros. Se les proporcionan plazas en escuelas taller aunque, en la inmensa mayoría de los casos, son incapaces de pasar de la educación secundaria. La formación que reciben en los centros no basta para entrar en la universidad.
Según Zhenia, uno de los problemas es que el personal de los centros no está suficientemente cualificado. A menudo son ellos mismos jóvenes que dejan los orfanatos y que fracasan en su adaptación al “mundo real”. El 90 % son mujeres.
Sin embargo, no se puede decir que estos centros no reciban la financiación adecuada. En 2012, el Estado destinó 3.000 millones de rublos (86 millones de dólares) solo para los 42 que hay en Moscú y su región, esto es, entre 1,5 y 3 millones de rublos (entre 43.000 y 90.000 dólares) por niño al año. Y en estas cantidades no se incluyen las donaciones privadas.
Sin embargo, el problema es otro: los centros reciben dinero dependiendo del número de niños que acojan y, por lo tanto, no están interesados en buscar familias de acogida o padres adoptivos ni en contratar personal especializado, ya que si los niños reciben más atención y una mejor educación, tendrán más posibilidades de ser adoptados. Además, no hay un acuerdo en cómo se debe formar a un joven en estos centros. Hasta que no se responda a estas cuestiones, no puede efectuarse la reforma consistente y eficaz del sistema de orfanatos de la que las autoridades llevan tanto tiempo hablando.
Según Gezalov, un joven procedente de estas casas tarda unos 20-25 años en alcanzar la plena socialización. Zhenia cuenta que recibió mucha ayuda de los profesores de la organización sin ánimo de lucro Opora (“apoyo”, en ruso), que asiste a los huérfanos en su adaptación. Lo ayudaron a elegir un trabajo y a entender cómo son las cosas en el “mundo real”, cómo interactúa la gente aquí.
Según Gezalov, los centros de rehabilitación como Opora son positivos, pero lo que hacen es tapar los agujeros del sistema actual de orfanatos. Argumenta que los centros de acogida deberían contratar a profesores altamente especializados.
Zhenia consiguió salir del círculo vicioso en gran parte porque hasta los ocho años tuvo la experiencia de vivir en una familia y no en un centro. “Me analicé a mí mismo y eso me ayudó a adaptarme”, cuenta. Pero aquellos que han pasado toda su vida en un centro tienen grandes dificultades para abandonar el sistema. Así, los hijos de mujeres que estuvieron en orfanatos suelen terminar también en uno y el círculo vicioso continúa.
El Gobierno planea cerrar definitivamente todas las casas de acogida, por lo menos en su formato actual. Zhenia dice que quiere vivir su vida de forma diferente: “Tengo conocidos que viven en Tailandia. Mi antiguo maestro me llevó hace no mucho tiempo. Ahora los dos albergamos ese sueño utópico: mudarnos a Tailandia.”
(Fuente: Russia Beyond the Headlines. www.es.rbth.com)

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