Llegó de la mano de la abuela al parque. Apenas tendría 5 ó 6 años. La mujer le regañó por intentar quedarse con la pelota de otro y de pronto el niño estalló. Comenzó a golpear con todas sus fuerzas a la anciana, que intentaba evitar las patadas. La mujer tenía las piernas llenas de moratones, de arranques de furia anteriores. Su hija había adoptado al chico hacía unos meses, pero el sueño tanto tiempo anhelado se había truncado en una pesadilla para la familia. «Se ve que en el orfanato le trataron muy mal», le justificaba la atemorizada abuela, que entre impotencia, pena y alivio confesaba: «En septiembre lo ingresarán en un internado, nadie se hace con él».
«Es lo que llamamos una 'pseudorruptura'», explica Ana Berástegui, psicóloga del Instituto de la Familia de la Universidad de Comillas. Al no ingresar en un centro de menores público, su caso no engrosará la tasa de adopciones fracasadas que, según sus últimos estudios, que datan de 2003, se sitúa entre el 1 y el 1,5% de las adopciones internacionales durante los dos primeros años. Aunque la cifra ha descendido por la crisis de las 5.500 de 2004 a unas 2.560, España sigue siendo uno de los países que más adoptan en el extranjero.
«No hay muchos datos, entre otras cosas porque la adopción no debe aparecer en las estadísticas, de forma que se pierde la pista», explica Berástegui. Sin embargo, hay indicios reveladores: el 2,35% de los niños en protección en la Comunidad de Madrid provienen de adopciones fracasadas, un porcentaje muy superior al de su peso en la sociedad. Sólo en Cataluña, 72 niños adoptados han sido abandonados por sus familias adoptivas en la última década, la mayoría de más de 10 años y extranjeros.
"Reabandonados"
Los niños "reabandonados" pasan a depender del sistema de protección de menores, ya que las adopciones son irrevocables y no pueden ser devueltos a sus países de origen. El fracaso ahonda en la herida de traumas no resueltos en el menor, con el riesgo que supone para su salud mental y con más probabilidad de convertirse en un inadaptado social.
Es la situación más extrema a la que puede llegar una familia adoptiva, el nuevo abandono de su hijo y la ruptura total del vínculo derivada del conflicto o porque ni siquiera se consiguió crear esa unión. Así lo considera Isabel Azcona, madre adoptiva y secretaria del Comité Ejecutivo de la Coordinadora en Defensa de la Adopción y el Acogimiento (CORA). Hasta las asociaciones de familias llegan pocos casos de ruptura total y definitiva. «Por un lado, no existen estadísticas y, por otro, dichas familias o no están asociadas o en caso de estarlo antes de la ruptura, desaparecen tras ésta sin comentar el motivo», explica Azcona. «Estas situaciones van acompañadas de profundos sentimientos de culpa y, muy frecuentemente, acarrean además conflictos de pareja».
Un fracaso de la sociedad
«Con que un solo menor sufra esta situación de reabandono ya es un fracaso de toda la sociedad», sentencia el psicólogo José Luis Gonzalo, quien desde su experiencia señala: «Las adopciones que más fracasan son las de menores que presentan alteraciones en la vinculación y trauma por abandono, maltrato y/o abuso sexual en sus lugares de origen».
«Esto sucede con más frecuencia de lo que queremos creer», avisa Gonzalo. Las experiencias vividas quedan registradas aunque no se tenga recuerdo de ellas. «Hay una memoria emocional y sensorial que registra el trauma aunque haya sido en los primeros meses de vida», explica el psicólogo. No determinan la vida, pero sí la condicionan. Los niños con trauma de abandono y malos tratos deben recorrer un duro camino y recibir mucha ayuda para superar estas heridas. «Eso lleva mucho tiempo, no hay remedios mágicos», asegura el autor junto a Óscar Pérez Muga de la guía "¿Todo niño viene con un pan bajo el brazo?".
«Los padres piensan que el amor todo lo cura; ciertamente, es un requisito "sine qua non", pero no suficiente», añade Eva Gispert, directora del Instituto Familia y Adopción. Cuanto más difícil haya sido el pasado del niño, más le costará confiar en su nueva familia y establecer vínculos afectivos. Los padres deben ser conscientes de ello. Adoptar entraña todo lo que supone ser padres, más unos extras que les pueden desbordar si no están preparados o no cuentan con el apoyo familiar y social necesario, incluso si el menor aparentemente no ha sufrido. Gispert, que fue adoptada y hoy es madre de dos hijos biológicos y uno adoptado, subraya: «Siempre hay trastorno, porque como mínimo estos niños han sufrido el abandono».
Lo suyo fue una adopción feliz. Aún así conoce bien esa soledad que ahora ve en muchos niños, «ese poso de tristeza profundo y esa rabia vuelta hacia uno mismo que no puede salir» y que nace de un sentimiento de culpa por haber sido abandonado. Ella también vio cómo sus padres no comprendían sus reacciones por no entenderse a sí misma. «Te sientes obligada a estar siempre agradecida a los que te han salvado, a demostrarlo y a hacerlo todo mucho mejor, pero ese exceso de responsabilidad también pesa mucho», confiesa.
Señales de alarma
Algunos niños adoptados tienen dificultades para establecer o mantener una relación de amistad, para controlar sus impulsos, para cumplir las normas, o para percibir, identificar o expresar sus emociones o las de otros. La baja autoestima y las dificultades de aprendizaje se suman a menudo a estos problemas que enumera Isabel Azcona, trabajadora social y educadora en Batía. Si todos los esfuerzos de la familia por salir adelante parecen caer en saco roto, es el momento de pedir ayuda. «La situación de crisis no remite por sí misma», advierte.
La señal de alarma de que algo no marcha bien es precisamente, a veces, que «no pasa nada», según constatan los miembros del Comité Ejecutivo de CORA, que agrupa a numerosas asociaciones de familias adoptivas españolas. Lo corrobora Ana Berástegui: «Si ven que los niños, a los seis meses de su llegada, no se sienten parte de la familia, deberían acudir a los servicios de postadopción; lo mismo si en ese plazo no se sienten capacitados para ser padres». Porque las rupturas, advierte, «tienen que ver con no conseguir hacer del hijo su hijo, y no haber logrado sentirse padres». La experta recomienda a estos progenitores pedir ayuda ante cualquier situación que no sepan manejar o les dé miedo, sin esperar a encontrar sintomatologías graves. «No hace falta que exista una patología para pedir ayuda», remarca.
Sobre todo, resistir
Las familias suelen gestionar mejor o peor los conflictos durante la infancia, pero éstos siguen latentes y estallan en la adolescencia. Es la etapa crítica, en la que más rupturas de la convivencia se producen, a menudo por el miedo que despierta el menor a sus hermanos u otros familiares.
A través de un proceso terapéutico no exento de dificultad y con el apoyo familiar, escolar y social, es posible recomponer los lazos. Hay familias que han salido adelante. No abundan los casos, pero «se puede», asegura Ana Berástegui. Como también es posible que un menor reabandonado encaje en nueva familia adoptiva.
«Hay que estar muy preparado. La adopción es un reto que te cambia la vida», asegura Eva Gispert. Para José Ángel Giménez y su mujer, Carmen, no fue fácil, pese a su preparación. Él, psicólogo, y ella, pedagoga, adoptaron a un niño con una larga historia de abandono. En su libro "Indómito y entrañable" recogieron sus esfuerzos y desconsuelos, que afortunadamente se vieron recompensados con el cariño de Toni. ¿Sus conclusiones? «Ser padres es mucho más complicado que aplicar cuatro teorías psicopedagógicas y esperar el milagroso resultado. Ser padres supone querer, proteger, mimar, poner límites, educar, acompañar, servir de sparring, aconsejar, ordenar, crear un ámbito cálido de convivencia, sugerir, castigar, orientar, animar, empujar, consolar, servir de modelo, cuestionar, asentir, disentir, comprender, perdonar, resistir, resistir y resistir?».
(Fuente: ElCorreo.com)
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