Mucho he escrito en este blog sobre madres biológicas. Este creo que es el primer texto que escribí… y me sigue pareciendo un buen resumen de mi relación con esta figura, a menudo tan olvidada o silenciada, de la tríada adoptiva…
Cuando empecé la adopción de mi primer hijo, alguien me dijo, que “la adopción es una solución para dos necesidades, la del niño de tener una familia y la de los padres de tener un hijo”. Nadie habló de la tercera parte implicada en esta historia, la familia biológica. Y durante mucho tiempo, yo tampoco pensé mucho en ellos. Sabía que existían, o que habían existido, pero eran para mi algo periférico, que implicaba la genética, y la decisión y la herida del abandono. No eran una realidad que contemplara ni con la que pensara relacionarme.
En esa época, inspirada por expertos varios en temas de adopción, yo me refería a los padres biológicos como “progenitores”, es decir, alguien que había dotado de genética a mis hijos, pero que no tenían el papel social de los padres y las madres. Este papel me lo reservaba para mí.
Cuando me asignaron a mi hijo mayor, me dijeron que había una madre biológica, viva, con la que él había convivido hasta pocas semanas antes, que había dejado sus datos, y una carta en los servicios sociales en la ciudad donde nació. Con esta información, la figura de la madre biológica, tomó más entidad. Ya no era simplemente la progenitora, que también, era su madre, la única que había conocido hasta entonces.
Cuando algunas semanas mas tarde, tuve la posibilidad de ponerme en contacto con ella, no lo dudé. Pero seguía viéndola como alguien ajeno, alguien que no formaba parte (ya) de la vida de mi hijo. Alguien que había tomado su decisión, que se había apartado. Que había renunciado.
Recuerdo los consejos que recibí en esa época, de amigos, de familiares, de psicólogos. Todos venían a decir lo mismo: no te impliques. Escríbele una carta fría, sin emociones, nada de mandarle fotos, será más doloroso para ella. Semanas más tarde me respondió, contestando a todas mis preguntas… y expresando su tristeza por no haber recibido ninguna foto del niño. Y ahí empecé a verla de otra manera. Porque si hubiera sido yo quien hubiera tenido que separarme de mi hijo…. algo inimaginable…. ¿no habría dado lo que fuera por recibir noticias de él, por verle, crecer aunque fuera a distancia? Y esto que yo había vivido con él mucho menos tiempo de lo que había hecho ella…
Los consejos, supongo que bienintencionados, siguieron: no mantengas correspondencia con ella, esta bien tener el acceso, pero no una relación continuada, no la sigas enviando fotos, pon distancia…. No le hables de ella a tu hijo, puede idealizarla, puede confundirse, tiene que quedarle claro que su madre, su única madre, eres tú.
Aún no había digerido la nueva situación familiar, pero algo ahí me parecía poco claro. Si mi hijo se confundía no era porque le hablara de tener dos madres, sino porque tenía dos madres, algo difícil de entender y más difícil aún de asumir.
Y así, la madre africana, despojada ya del adjetivo de “biológica”, entró en nuestras conversaciones, sus fotos empezaron a formar parte de nuestro álbum, su nombre pasó a integrar los relatos que mi hijo contaba sobre sus orígenes, pudo llorar por su pérdida y soñar con el reencuentro. Y descubrí que su presencia no hacía que mi hijo me quisiera menos ni que yo fuera menos su madre de lo que soy. Dejar de vivirla como una amenaza nos enriqueció como familia.
Ni mi hijo ni su otra madre tuvieron ninguna parte en la decisión de retomar este contacto. Fue una decisión que tomé yo, que soy quien tiene el control de la situación. Fui yo quien decidí buscarla, y en mi mano está continuar o no con esta relación, hacerla más intensa o más continuada, viajar a conocerla o no, llevar a mi hijo a que la conozca, hablarle o no de ella.
Sin embargo, es a ellos dos a quien más creo que ha cambiado el hecho de retomar esa relación que se rompió. Para mi hijo, poder hablar libremente de su madre biológica, decir que la quiere, que es más guapa que yo; preguntar las cosas que no sabe, inventar relatos al respecto, mirar sus fotos, buscarse en su imagen; incluirla en nuestro día a día, en resumen, ha servido para desbloquear muchas cosas que parecían difíciles de resolver (incluso para todos esos psicólogos que me recomendaban no buscar a su madre biológica, no hablar de ella al hijo que compartimos). En cuanto a ella, lo único que tengo son las cartas, las fotos… pero he visto cómo ha cambiado de foto en foto, cómo la expresión recelosa de las primeras veces se ha convertido en una sonrisa ancha, desbordante, como ha desechado las camisetas viejas que llevaba en las primeras fotos que me llegaron y las ha sustituido por ropas elegantes, preciosas, conjuntadas que denotan que se arregla para las fotos que hace para su hijo…. Esto me hace pensar que saber de su hijo le ha insuflado vida. Exactamente igual que me pasaría a mí si tuviera que separarme de mis chicos.
Adopté a mi segundo hijo en otro país de África, en el que a menudo no hay datos de la familia biológica. No tuvimos suerte: no hubo en su caso ninguna información a la que agarrarnos. Y he descubierto que gestionar este vacío va a ser mucho más complicado que gestionar la presencia de la madre biológica de mi hijo mayor.
Articulo del blog www.unamadredemarte.wordpress.com
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