- Su madre verdadera soy yo…
-No, ya sabes a qué me refiero…
-No, tú no sabes a lo que me refiero yo. Su madre, la de verdad, la que mis hijos conocen, a la que acuden con sus males o sus miedos, con sus logros y conquistas, soy yo, La “otra” , su madre biológica, es su madre...imaginaria.
Porque piensan en ella, claro que sí, y sí, mi hija la recuerda, pero de una manera vaga y borrosa, así que lo que no recuerda , las lagunas que de ella tiene, las salva con su imaginación. Su hermano, mi hijo pequeño, no recuerda nada, no tiene una figura, un retrato en su memoria, pero se la imagina, y se pregunta qué pasó, por qué no pudo cuidarles y si todavía se acordará de ellos y si les seguirá queriendo. No entiende aún muy bien lo que significa extrema pobreza, ni renuncia, pero entiende que nació de otro vientre, un vientre lejano que le albergó y qué ha sido un niño muy deseado, tanto como para recorrer cielo y tierra durante más de siete mil kilómetros para llegar a encontrarlo. Diana se enfada, le hubiera gustado que la encontrara antes, vivir con nosotros lo que ha visto vivir a su hermano, poder evitarse tanto… Pero no se queja, o si…lo hace a su manera, cuando me demanda que la siente en mis piernas (cuando por corpulencia casi tendría que sentarme yo en las suyas) y que juguemos a bebés en un intento de recuperar el tiempo perdido…
Tanto el uno como la otra se imaginan y fantasean, hablan y entre los dos aportan sus pensamientos y se van forjando en torno a esa figura esencialmente imaginaria, un pasado que a menudo verifican o contrastan con respuestas difíciles que me demandan.
Construir un pasado sin imágenes, sin una tradición familiar de boca a boca, sin alguien que te cuente cómo eran las personas de las que desciendes es difícil, pero tenemos la obligación de ayudarles en eso. Darles herramientas para que se expresen y estar muy atentos a las señales de demanda.
Cambiar palabras no cambia un pasado pero lo hace menos perturbador. Nuestros hijos, no provienen de situaciones idílicas, pero podemos ayudarles a que las asimilen.¿Cómo? Escogiendo bien las palabras que implantamos en su memoria. No se trata de inventar nada sólo de hacerlo más digerible. Adecuar la información a su madurez –no a su edad- y admitir lo que desconocemos poniendo mucho cuidado en que nuestro desconocimiento no les dé la impresión que guardamos un secreto, porque ellos creen que lo sabemos todo, en todas las áreas de la vida.
Y cuando alguien les pregunte –que lo harán-, sobre su madre” verdadera” sean capaces de mirar a los ojos a quien les inquiera y responderle que tienen dos, una madre biológica que les llevó en su vientre y les trajo al mundo, por la que tienen esos hermosos ojos de media luna y una madre que les cuida y les enseña a responder preguntas inoportunas y a la que deben esa paz y la sonrisa con la que responden.
Fuente: Artículo del (Recomendado) Blog "Al Otro Lado del Hilo Rojo". (www.alotroladodelhilorojo.blogspot.com)
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