Todas las personas que conozco que han adoptado un niño adoran a sus hijos tanto o más que cualquier padre biológico y los han criado con esmero y dedicación. Sin embargo, para poder alcanzar el noble objetivo de asumir como propio un niño ajeno pasaron por tortuosos procesos de adopción en el Perú que algunos asumieron con estoicismo y otros abandonaron.
A los miembros de la pareja X (nos reservaremos las identidades a pedido de las personas consultadas), con excelente posición económica, que intentaron por años tener un hijo propio sin éxito, la psicóloga que los atendió les dijo que no estaban en condiciones de adoptar, porque la señora estaba muy ansiosa por cuidar un niño. “Demasiado desesperada” fueron sus crueles palabras, así que debía esperar unos años a que se le pasara. La pareja hoy tiene dos niños adoptados en Colombia que son inmensamente felices.
A la mujer soltera Z, profesional reconocida en su medio, le negaron por más de dos años la adopción de un niño al que había conocido en un albergue del Inabif cuando asistía como voluntaria. La respuesta de las autoridades fue tan tajante como absurda: ya tienen un vínculo afectivo anterior, y eso está prohibido. Es decir, en la perversa lógica de nuestros funcionarios es mejor que el niño no conozca ni de casualidad a los padres con los que va a pasar el resto de su vida. La señora Z no se dejó vencer y hoy vive con su hijo adorado en casa.
La familia Cavero (su caso es público, por eso citamos su apellido) lucha hace tres años por adoptar a un niño que sus integrantes criaron desde que nació. Se trata de una criatura que nació en la cárcel y que fue entregada a esta pareja voluntariamente por la madre para que no creciera en un centro penitenciario. Al salir su madre biológica en libertad no se hizo cargo de él, y los esposos Cavero lo entregaron a las autoridades para regularizar su situación y poder adoptarlo. Durante más de un año les impidieron las visitas (porque estaban demasiado apegados al niño) y hoy les niegan la adopción por razones incomprensibles y hasta crueles que la jefa de la dirección de adopciones, la señora Eda Aguilar, es incapaz de sustentar. El niño llegó al Inabif a los 3 años, hoy tiene 7 y sigue llorando por volver a lo que él llama su casa.
Podríamos citar cientos de casos, y las historias serían más o menos las mismas. Todo proceso de adopción debe ser cuidadoso y muy riguroso. Pero en nuestro país resulta irracional y cruel. A los padres adoptivos suelen tratarlos como sospechosos de querer hacerles daño a los niños.
Hay más de 15 mil niños que viven en albergues esperando un hogar. El Poder Judicial se demora siglos en declararlos en estado de abandono para poder ser acogidos por una familia. Pero cuando por fin eso ocurre, la burocracia se encarga de desalentar a gente buena, que solo quiere dar amor. Y la verdad, ya basta. Ya es hora de que empecemos a exigirles a las autoridades que se dejen de jugar con el futuro de los niños. No puede ser que cuando se trata de tildar de asesinas a las madres que abortan, nadie nos gana. Pero cuando hay que exigir que el Estado cumpla con los niños abandonados que necesitan un hogar, a nadie le importa.
(Fuente: www.comercio.pe)
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